Zaida González Ríos, Autorretrato Pirata.

UN ACERCAMIENTO A LA OBRA DE ZAIDA GONZÁLEZ RÍOS

“En esta propuesta oscura e insubordinada frente al poder, la artista pone su ojo  vertical como
una resistencia a la precariedad y a la fragilidad de los cuerpos retratados. Ojo que está puesto en la
visibilización de la diferencia. Es así como incorpora en su trabajo a íconos del under, disidencia y
marginalidad como lo fue Hija de perra, la diva del mundo queer y la inmundicia”.

Esta soy YO, me fijo verticalmente ante ti, adórame en mis brillos y dorados, en mis hilarantes poses, en la identidad que se me antoje. Soy una autora, mi única publicidad es ser yo misma                       

Zaida González Ríos       

Zaida González Ríos (San Miguel, 1977) es una fotógrafa chilena de una importante trayectoria. Su obra ha sido reconocida no solo en Chile, sino también en países como Francia, Bélgica, España, Portugal, Colombia, Venezuela, entre otros. Con una sensibilidad estética inusitada, barroca e híbrida, construye imaginarios conceptuales en los que pone de manifiesto el estatus social del cuerpo y su imagen, cuestionando su relación con el poder, sexo, raza, religión y  política;  rompiendo con los estereotipos establecidos y derrumbando sus diferencias.

Su obra instala un discurso que rechaza el normativismo impuesto a los cuerpos, evidenciando lo real con una mirada política. La artista observa y cuestiona los bordes con un ojo que, a ratos, deja ver las perversiones y revela en sus fotografías una marginalidad periférica y mordaz.

González utiliza el autorretrato como un artefacto para ahuyentar el dolor e ir más allá de su persona, transformando sus inquietudes y reflexiones personales a través de sus fotografías. La sensibilidad de poner el cuerpo y el corazón como una acción liberadora y creativa. Muchas mujeres artistas han utilizado la fotografía autoral o el autorretrato como un trabajo testimonial frente a la fragilidad social: Nan Goldin o Cindy Sherman son claros ejemplos. Ellas han experimentado sobre su historia personal;  creando su trabajo a partir del entorno; cuestionando su propia naturaleza, entre la realidad y la ficción. De este modo, han expresado emociones íntimas transformando el dolor como fuente principal de la inspiración que une y nutre sus obras.

El trabajo de Zaida va más allá de lo autoral o biográfico. Cuestiona su entorno a través de escenas, devela o denuncia lo que la conmueve de la realidad a la que nos enfrentamos en lo cotidiano y que parecemos no ver, planteando temas que incomodan.

 

El proceso creativo

Zaida González trabaja cuidadosamente en cada detalle de sus montajes, destacando el proceso creativo como fundamental dentro del imaginario de su obra. Es allí donde configura su entorno, vivencias y experiencias de la realidad. La paleta de colores pasteles y flúor, característicos de su trabajo, dan vida a las escenografías retratadas. En esa línea, sus procedimientos también son manuales y artesanales: utiliza cuadernos o bitácoras en las que escribe observaciones y dibuja la escena o serie que abordará. 

Una de las interesantes vetas creativas que propone se puede encontrar en  “Ni Lágrimas Ni Culpa”. La incorporación de la escritura (relatos, notas y cartas) como un rescate de memoria compone a través del formato álbum una nostalgia emotiva. A su vez, la posiciona como un elemento estético que invita  a revisar su intimidad. El uso de fotografía, imagen y texto como soportes de su bitácora-diario pareciera ser una especie de mantra de su quehacer artístico, cruzando lenguajes metafóricos en la construcción de un universo pleno de elementos conceptuales y surrealistas.

Los materiales de la artista son variados. Utiliza la fotografía análoga y en blanco/negro que, luego de ser revelada e intervenida con pintura (lápiz acuarelable), será digitalizada para el trabajo editorial de retoque y detalles que darán la obra por terminada. Todo es diseñado por Zaida,  desde  el vestuario, flores, máscaras y otros objetos alegóricos, que configuran la atmósfera. Sus modelos suelen ser personas conocidas o que despiertan su curiosidad: cuerpos comunes, imperfectos, gordos, flacos o amorfos.

 

El cruce con la belleza y monstruosidad

No hay animal que no tenga un reflejo de infinito; no hay pupila abyecta y vil que no toque el relámpago de lo alto, a veces tierno y aveces feroz

Victor Hugo

En este imaginario, la artista nos invita a ser parte de lo abyecto, afectando nuestro orden  simbólico. Aparecen lo sucio e impuro como componentes esenciales de la transgresión de límites. Aquello que perturba nuestra identidad, sistema o mandato. Sin embargo, se nos presenta desde una mirada que juega con algunos elementos, donde lo que pareciera ser monstruoso se presenta como una experiencia estética; algo fascinante y bello que nos atrae e inquieta, tentándonos a mirar aquello que no se quiere ver. En este sentido, está ligada con lo ambiguo y lo híbrido, temas centrales en la obra de González. Este acercamiento a lo monstruoso invita a observar lo frágil y abominable de nuestra naturaleza humana, que a ratos se reconoce fuera de sí, en una frontera con lo primario o lo animal. Es en esta torsión opuesta, excluida en los bordes, que la artista compone otorgándole tonalidades y expresiones propias, rescatando una identidad latinoamericana, cargada de colores y elementos distintivos de nuestro cotidiano.

Es así como, en algunas de sus series, podemos encontrar puestas en escenas con estéticas de personajes bizarros, que expresan en toda su dramática profundidad lo satírico e irónico como una caricatura de nuestra sociedad.  

 
 

Cuando los contornos del cuerpo son difíciles de delimitar, la noción de identidad deviene  cambiante y se modifican las relaciones entre el mundo interior y exterior, como si el cuerpo se desmembrara y perdiera su envoltura, transformándose en una especie de semilla de rebeldía, develando lo bello tras la máscara.

No soy legal, soy paria por excelencia/No aspiro a la inclusión no soy una igual, no quiero ser una igual prefiero habitar la diferencia

Hija de perra

Giorgio Agamben define como contemporáneo a aquel que tiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no la luz sino la oscuridad”. En la oscuridad, entonces, podemos encontrar el paso a lo novedoso, a aquello que aún no es nombrado, justamente por su carácter ominoso y que trasunta el camino de la forma canónica. En esta propuesta oscura e insubordinada frente al poder, la artista pone su ojo  vertical como una resistencia ante la precariedad y la fragilidad de los cuerpos retratados. Ojo que está puesto en la visibilización de la diferencia. Es así como incorpora en su trabajo a íconos del under, disidencia y marginalidad como lo fue Hija de Perra, la diva del mundo queer y la inmundicia.

En su obra “Recuérdame al morir con mi último latido” (2010), trabaja con fetos que llegaron a término, pero que murieron o fueron abortados por sus padres producto de su deformidad y apariencia monstruosa. En medio de una imagen a simple vista fría y dolorosa, González sensibiliza poéticamente esta realidad macabra, dignificándola y entregándole una partida simbólica en sus fotografías.

“El velorio del angelito” -nombre que se le da en Chile a una tradición mortuoria que celebra la partida de los niños como ángeles, exhibiéndolos antes de ser enterrados- es una de las temáticas que Zaida González recupera y actualiza. En el imaginario popular, la muerte de los  niños menores de siete años se concibe como una bendición de Dios y, por lo mismo, constituye un motivo de celebración. Esto está lejos de generar la sensación de conformidad que se espera cotidianamente de una muerte. A partir de allí, González recrea escenas de retratos mortuorios con estos cuerpos santos, estableciendo una forma de redención y denuncia.

Tarot Trans

El último proyecto de Zaida es una serie fotográfica que se realizó en el año 2017. Inspirada en el misterioso mundo del Tarot y basándose principalmente en los arcanos mayores o arquetipos, propone una mirada transgresora al respecto. El tarot ha sido una forma de reflejar los imaginarios públicos a lo largo de la historia. Según Carl Jung, estos arquetipos espirituales están estructurados  en la mente humana y arraigados en el inconsciente colectivo. En este trabajo, se caracterizan de manera conceptual los 21 arcanos del tarot, que representan virtudes y dilemas humanos que debemos enfrentar para alcanzar un estado de evolución plena. Imágenes místicas que son personificadas a través de lo diverso. Tarot Trans se destaca por las características diferentes de sus personajes: albinos, down, negros, trans, entre otros. Es así que la artista nos acerca a una belleza libre de estereotipos; fotografías que a ratos se vuelven pictóricas; imágenes saturadas de colores y objetos híbridos, visiblemente influenciadas por el barroco latinoamericano y que conforman una fantasía ilimitada.  

Es esta comprensión o toma de consciencia lo que distingue a esta obra; con el ojo puesto en temáticas como la discriminación y la segregación. Aquí, encontramos la mirada aguda e irónica que intenta mostrar la belleza hostil. Una mirada indiferente del dolor, una mirada sensual y horrorosa; mirada del miedo, del juicio. El ojo que se aguza y se reconoce secreto en ese ser anónimo, ausente y fijo de la que observa sin ser vista.

En sociedades cada vez más individualistas, donde mostrar fragilidad pareciera ser una debilidad defectuosa, resulta difícil empatizar con lo ajeno. En su composición fotográfica, González promueve darle voz al dolor propio como una forma de expresar y  sensibilizar lo que nos cruza  de forma simbólica en este proceso en el que transitamos antes o después.

Integración /desintegración

Nuestra historia está marcada por la ruina y la rareza. El mestizaje entramado nos hizo entrar y salir de escenarios cubiertos de escombros. En un país que nunca salió de la colonización, Zaida  nos invita a dar un paseo por estos paisajes estrechos;  integrar el ojo en una ciudad llena de recovecos; cités con puertas de colores que abren ventanas desteñidas; la ropa americana heredada y la búsqueda de una identidad. Nuestras madres bordaron manteles que, más tarde, terminaron comidos por polillas. Manteles que luego fueron de plástico, con frutas de color flúor; cortinas con diseños plateados y brillantes. Nos dejaron la herencia de los ritos y la culpa, porque Dios es hombre y nos tocó ser vírgenes indígenas. Nos pusieron el bautizo para salvarnos del infierno. Caminamos procesiones religiosas en busca de identidad, vestidas con túnicas del cuasimodo. Fuimos altares callejeros, estampitas bordadas en la piel. El sacrificio fue resistir nuestro ritual: un clavel rojo que cuelga, que reclama ser visto y escuchado.  Reproducimos nuestra realidad como una canción de Juan Gabriel, para entender que la vida es un “melodrama cebolla”. Una luz de neón destellante a la salida del bar, un karaoke de madrugada. Porque nos imponen un fin o un hasta dónde podemos llegar. “Una temporada en el infierno made in Chile”, diría Rimbaud. Lo necesario para saber que necesitas estar del otro lado del charco para entender la diferencia. Y es precisamente aquí, en este lado, donde el barro es más negro, más bello y más dulce. 

Como artista, me siento interpelada por la obra de Zaida. Ella traza una cartografía del cuerpo, con la exploración y experimentación como puntos de partida, abarcando desde lo fotográfico hasta lo poético y cuestionando la naturaleza desde una mirada presente y ausente a la vez. Es precisamente en este cruce con lo frágil y lo monstruoso donde emerge lo bello. Encontrar belleza en lo que para otros pareciera ser deforme, significa parpadear y ampliar la mirada. No dejar de pestañear, como un camaleón que indaga en diversos espacios para dejar entrar la luz hacia nuevas tonalidades que resultan imperceptibles para muchos, marginadas de su campo de visión. Sin embargo, en ese borde es donde parecen brillar aún más. 

 
 

 

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