“Cuerpos Invisibles” de Ignacia Godoy. Presentación por Belén Tapia

“Cuerpos Invisibles” es un libro necesario, urgente, una ola que revienta una y otra vez en un océano calmo, agitando, estremeciendo; empapándonos de escalofríos e indignación; recordándonos la sociedad femicida en la vivimos.

Abro el libro y me encuentro con sus nombres, con sus 599 nombres. Leo cada uno de ellos, tengo que leer cada uno de ellos: Luz, Rosa, Teresa, María, Paula; no puedo dar vuelta la página sin observar cada uno de sus nombres, pensar en ellas, recordarlas, sentir espanto, rabia, rabia profunda por sus muertes, sus dolorosas e injustas muertes. Porque son las mujeres asesinadas, pero también somos nosotras, nuestras abuelas y las que vendrán. Porque todas las mujeres hemos sido asesinadas alguna vez. Hemos sido violadas, penetradas sin consentimiento, hemos sido culpables, malas madres, putas, perras y zorras.

Cuerpos Invisibles (Queltehue Ediciones, 2022) es un libro sentido, doloroso, amargo, una baliza prendida que desvela nuestro sueño, que no nos permite pasar por alto, que invita a mirar, a mirarnos, a buscar culpables y hacernos cargo. ¿Qué debemos hacer?; ¿qué debemos destruir para evitar el tenebroso círculo del femicidio?; ¿a quién le exigimos justicia?; ¿cómo hacemos justicia por nuestras propias manos?. Cuerpos Invisibles es un ejercicio de memoria, un registro histórico y sensible que nos recuerda que no podemos olvidar, que no las podemos olvidar, que es necesario nombrarlas, una y otra vez,  gritar sus nombres, honrar sus muertes. Roxana, Angelica, Clara, Susana, Francisca, Gloria, Nicole.

La crítica al relato periodístico se vuelve ejercicio agudo y urgente, lo hemos hecho antes, lo hace la autora, pero lo hacemos hace tiempo las que leemos entre líneas, el Observatorio de Mujeres y Medios, La Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, La Radio Humedales, Zarzamora Colectiva y todos los medios comunitarios y libres que utilizan las ondas sonoras para compartir información contrahegemónica. Lo hace Cuerpos Invisibles, lo hacemos las que dejamos de confiar en los medios de comunicación masiva que legitiman la violencia femicida y normalizan la apropiación y pertenencia de las mujeres como objetos en disputa. Porque no existen crímenes pasionales ni crímenes por celos. Son relatos periodísticos que perpetúan la violencia simbólica e invisibilizan un asunto estructural profundo, un modo de proceder que organiza nuestros actos y nuestras fantasías, narrándolos como un hecho puntual y aislado, producto de un arrebato romántico, de una psicopatía momentánea, de un arranque de rabia, de un amor tortuoso. El juicio moral y clasista del relato periodístico culpabiliza a las mujeres y las instala como merecedoras de castigo: Nabila, Fernanda, Mónica, Daniela, Carla, Paulina.    

El lenguaje poético que acompaña el relato periodístico se vuelve oxígeno, ráfaga de aire fresco, gesto de justicia, escenario que dobla la mano al destino para, por esta vez, dejar de ocultar, de perpetuar, de invisibilizar las relaciones de poder, dominación y control que establecen los agresores sobre las mujeres. La poesía muestra con claridad lo que oculta el discurso patriarcal, evidenciando con sutileza y astucia la realidad misógina y tenebrosa en la que vivimos. Los cuerpos se hacen visibles, los podemos ver temblorosos, heridos, asfixiados, sangrando, gritando, latiendo, muertos. 

Los feminismos, hace tiempo, venimos denunciando la crisis que tiene a la civilización al borde de la destrucción. La crisis ambiental, económica, de cuidados, que no solo destruye a los seres humanos, sino que a todos los otros seres que viven junto a nosotres. Urge retornar a una ética del cuidado, un modo de proceder, una metodología, un gesto sensible, situado, acuerpado, que nos permita ver y vernos con ternura, con respecto profundo, con cariño. Urge autoconvocarnos para proveernos de energía política, afectiva y espiritual, que rompa las fronteras y el tiempo impuesto; que nos sostenga para resistir y actuar contra las múltiples opresiones patriarcales, colonialistas, capitalistas y racistas. 

Cuerpos Invisibles es un libro necesario, urgente, una ola que revienta una y otra vez en un océano calmo, agitando, estremeciendo; empapándonos de escalofríos e indignación; recordándonos la sociedad femicida en la vivimos; la cultura que nos subordina para mantener y reproducir el orden social, para castigar a quienes desafiamos la autoridad y el poder machista, para recordarnos que somos prescindibles, sustituibles, acuchillables, quemables, apiedrables y asesinables. Cuerpos Invisibles interpela al Estado, a las instituciones del mundo de los hombres, develando la misoginia, la ineficiencia e impunidad con la que gestiona y garantiza la protección de las mujeres, siendo incapaz de sancionar, esclarecer, prevenir y reparar a las víctimas, colaborando, por tanto, con la perpetuación de los crímenes más horrendos y crueles a las que estamos expuestas.  No olvidaremos jamás que fueron agentes del Estado los que en una época reciente utilizaron la violencia sexual como forma de tortura, traumas horrorosos que se cargan en silencio y soledad a la espera de una justicia que ha demorado demasiado tiempo en llegar. 

El cuerpo de las mujeres es utilizado como botín de guerra, como premio de la victoria, como instrumento de genocidio, nos recuerda Rita Segato (2016); es usado y abusado hasta ser aniquilado y expropiado; es dominado para la satisfacción del asesino. Piel descubierta, exterminada con una muerte expresiva, dramática, simbólica. Un gesto discursivo que lleva una firma: la marca del agresor es un mensaje de censura, disciplina y soberanía, un texto explícito que les recuerda a las mujeres su posición; un acto comunicativo capaz de sembrar terror; una pedagogía de la crueldad (Segato, 2016) que, al igual que un ave de rapiña, nos despoja hasta dejar solo restos. Cuerpos hipersexualizados, culpabilizados, cosificados, estereotipados y expuestos como objeto de consumo masculino.

Porque el cuerpo es un territorio en disputa, es la frontera flexible y sutil que separa la experiencia personal de la otra experiencia, como dice Margarita Pisano. Es la experiencia encarnada que nos permite situarnos, el cuerpo es un territorio con memoria y geografía propia, es un punto de vista, es el primer lugar de enunciación y emancipación. El cuerpo es un territorio, es cuerpo-territorio, conjunción inseparable entre lo humano y lo no humano. Cuerpo plural, cuerpo paisaje, cuerpo territorio, cuerpo magullado, cuerpo herido. 

Es Anna, Karina, Lidia, Cecilia, Angélica, Sonia, es ella y somos nosotras. Son las mujeres, todas las mujeres, cada vida arrebatada, cada cuerpo violentado. Mujeres asesinadas en manos de sus parejas, de sus exparejas; hombres con los que tenían o tuvieron una relación afectiva, sexoafectiva, con las que compartían la vida. ¿Cómo estamos entendiendo el amor? ¿Cómo estamos entendiendo las relaciones de pareja? Parece que las cuestiones amatorias (Tapia, 2022) ocultan relaciones de poder, organizan vínculos y afectos de manera agresiva, normalizando los celos, el control, el dominio y la posesión como modo de proceder; instalando el grito, la patada, el golpe como práctica cotidiana. 

En este escenario adverso, los feminismos construyen redes invisibles de cuidado y protección. Compañeras pensantes, sintientes que hace tiempo vienen escribiendo, reparando, ritualizando las violencias que cargamos en el cuerpo, las del presente y las que nos fueron heredadas.  Creamos un cosmos propio, tejemos una comunidad de afectos, recuperamos los saberes ancestrales, atávicos, zurciendo colectivamente las heridas, reivindicando las memorias que nos habitan. 

Urge fortalecer la política feminista, ese modo de proceder colaborativo, horizontal, rizomático, sensible que favorece nuestra autonomía, emancipación, soberanía y libertad. Urge popularizar el concepto de feminicidio, visibilizando la impunidad estatal que impide condenar los asesinatos a mujeres; colapso institucional que devela la fractura del Estado de Derecho. Urge denunciar y nombrar a los asesinos, responder colectivamente a un asunto que nos compete a todas, a todos. Es necesario identificar, sancionar, develar, funar, inhabilitar a agresores de cargos públicos. Urge deconstruir el amor romántico. Urge destruir al patriarca que llevo dentro.

Por Yesenia, Laura, Oriana, Natalia, Camila. Por las mujeres que escriben y dejan registro de las historias del pasado, por Cuerpos Invisibles y por todos los ejercicios de memoria que nos permiten recordar que, como dice Ignacia, ninguna está olvidada. 

Referencias

Pisano, M. (2004). El triunfo de la masculinidad [Archivo pdf]  http://pmayobre.webs.uvigo.es/pdf/pisano.pdf

Segato R. (2016). La guerra contra las mujeres. Traficantes de sueños.

Tapia, M. (2022). Cuestiones amatorias. Reflexiones y sentires sobre las relaciones sexoafectivas fuera del pacto monógamo. Cartografías de la Violencia de Género:  trayectorias, imaginarios y voces encarnadas desde los feminismos [En proceso de publicación].

 
Muestra poética de Cuerpos Invisibles de Ignacia Godoy (Queltehue Ediciones, 2022)
 

Instrumentos para un femicidio

De las siguientes opciones, seleccione al menos tres:

una pistola

un cuchillo

un martillo

un hacha

una esquina de mesa

una puerta

un pedazo de vidrio

una cuerda

una almohada

agua congelada

agua hirviendo

diluyente

gas

gasolina

una estufa

una piedra

un auto

una rueda

un empujón

un golpe

un combo

una puñalada

una patada

una estrangulada

una mordida

un grito

una palabra

una frase

una vecina

una joven

una amiga

una hermana

una hija

una madre

una polola

una esposa

una mujer

La cara de la muerte es una mujer

Una mujer cubierta en sangre

cubierta en pedazos de su estómago

cubierta de las miradas de los que pasan

cubierta por ese sonido repetitivo de la campana

el llanto de niños uniformados

cubierta por la mano de su hijo

tratando de levantar sus dedos del suelo

cubierta por los tres huecos en su cabeza

el rojo de su ropa

cubierta en un grito desesperado

por la figura repugnante de un ser humano

cubierta en la oscuridad de sus ojos

su boca forzada a cerrar

su boca la única capaz

de tragarse su último suspiro

 
 

El delator

Me toma la mano fuerte y veo en sus ojos el miedo oscuro, el miedo constante de perderme ante la presión que pone en mi mano, ante la presión que les pone a mis dedos entrelazados con sus dedos. No quiero que me tome, que no me tome como me tomaba antes, que no me toque como me tocaba antes, no quiero que me toque, pero él me toca igual, no le importa que yo no quiera, no le importa que lo aleje con los brazos débiles de tanto empujar. Le digo que me duele, que me duele mucho, me está doliendo, le digo, pero no le importa, no le importa que yo no quiera, que yo lo vuelva a alejar, pero ahora con más fuerza, y él sigue, y siento algo que me presiona las costillas, me las aprieta, algo que está escondido que no he podido ver todavía, pero que sabía que podía tener, sabía que lo podía traer, sabía que si tiraba la puerta de esta cabaña, tendría algo escondido entre sus pantalones. Y es ese el sonido que sale, ese sonido entre sus pantalones el que me explota el cráneo, el estómago, la pierna derecha, el brazo derecho, porque no se detiene, el sonido de lo escondido entre sus pantalones, no se detiene; no le importa aunque yo no quiera, aunque nunca más importe lo que yo quiera. Son sus manos las últimas que veo que se acercan con rapidez a mi cuerpo, a mis ojos entrecerrados y que se van a su teléfono, a su teclado, enviando algo que me hace vibrar el pantalón que tengo puesto, pero que no trae nada escondido. Sabe que se equivocó y no le importa, no le importa que yo no haya querido nada de esto, porque corre igual, sale corriendo y yo no lo veo nunca más, ni tampoco puedo ver a los desconocidos entrando en mi casa, revisando mi cuerpo, mis pantalones, el secreto escondido entre mis pantalones, leyendo el mensaje, entendiéndolo todo sin hacer nada.

 
 

La que sobrevivió

Te lo quitaron, se lo robaron. El privilegio de ver tus cejas reconstruidas, tus orejas reconstruidas, tus mejillas reconstruidas, tu boca intentando arrastrarse hacia arriba. Tu cuerpo temblando y tus manos escondidas. Nos hicieron mirar. Ese vaivén de tus piernas buscando a quién debías dirigirte para hablar. Y no te dejan terminar, cambian tus palabras, te cambian a ti. Que cuántas veces te golpeó con la piedra, que por qué fingiste morir, ¿para que no te pegara otra vez? Que por qué corriste, por qué perdiste la conciencia y por qué en ese momento en el que por fin despertaste, no te diste cuenta. Cuando le preguntaste a ella por qué no encendía la luz, no te dejan terminar. Mientras tus lágrimas caen desde los huecos donde tus ojos deberían estar, te preguntas por qué. Por qué te dejó sobrevivir.

*Poema inspirado en el juicio oral de Mauricio Ortega, caso de Nabila Rifo.








 
Belén Tapia de la Fuente (Linares, 1988) es Psicóloga (UAH); Diplomada en Género, Desarrollo y Política Pública (UCh) y Magíster en Psicología Comunitaria (UCh). Actualmente es Pasante de Investigación Feminista y Máster en Género en la Universidad Complutense de Madrid. Su labor como investigadora se ha centrado en el bordado como práctica de promoción comunitaria desde epistemologías feministas; así como también en la apropiación y uso de medios digitales/audiovisuales en comunidades educativas rurales; en el cuidado de profesionales que trabajan en contexto de intervención psicosocial; y en  acompañamiento de aborto. 
 

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