“Teatro del no lugar: Demasiada libertad sexual les convertirá en terroristas” Por Camila Albertazzo

“La obra es un viaje que posee una estructura muy similar a la de cualquier conferencia universitaria a la que hayamos ido: se puede observar una mesa con botellas de agua y hasta un podio. En el escenario mismo se van sucediendo imágenes de diversos documentales, mientras nos exponen conceptos como cuerpo, territorio y disidencia, vinculados con la propia experiencia”.

Llegué a la última función de la obra. Me senté en la butaca y esperé con las piernas juntas (lo más juntas que puede mi cuerpo XL) a que apagaran las luces. No sucedió. 

Invitada a ciegas por una querida amiga, me encontré de frente con una obra transdisciplinar y performática. El nombre Demasiada libertad sexual les convertirá en terroristas, remitía a Pier Paolo Pasolini, el gran cineasta italiano que cambió la percepción del arte del desnudo; que abrió el obturador a nuevas experiencias. La frase proviene de un ensayo en el que el autor recorre la historia de las artes visuales con perspectiva rebelde y contracultural. 

La propuesta de Ernesto Orellana Gómez -director, dramaturgo, investigador y docente de artes escénicas- plantea un montaje del mismo nombre que el ensayo del cineasta. Demasiada Libertad… nos deja en claro que aquello que vemos no podemos clasificarlo con ninguna etiqueta. Justamente, porque las etiquetas nos aprietan el cuello cada vez que nos enfrentamos a la máquina neoliberal contra la que vivimos, inmersos y pataleando. Y es que en la obra de Orellana los extractos de textos de Wittig, Galindo o Preciado se van tejiendo en medio de las diferentes historias de cada uno de los personajes, quienes no están contando otra cosa que no sea el relato de sus propias vidas. Ymar Fuentes Morán, Antonin Bernal, Rocío Hormazábal, Carolina Dominik y Matías Guzmán nos cuentan a partir de ejercicios teatrales cruzados con poemas y fragmentos, su propia historia. 

En medio del diálogo que apenas tiene guión -como ellxs mismxs comentan- se aprecian retazos de documentales, encuestas callejeras y hasta fragmentos recontextualizados de la obra Casa de Muñecas de Ibsen  (tan revolucionaria como clásica). La obra, además, incluye comentarios y preguntas directas al auditorio, interpelándonos, para que podamos sentir también la adrenalina del escenario. 

Las historias aquí varían: Rocío, modelo XXL; Charly, transexual lesboactivista; Matías, VIH positivo; Vesania, trabajadora sexual; y Bumbumchela, travesti.  Cada unx en su disidencia va generando este proyecto teatral a partir de textos espontáneos, teóricos  y literarios, perfectamente acuerpados, haciendo transitar al auditorio como si éste fuera parte de un colectivo underground. Con guiños al teatro de Beckett, Egon Wolf y Bertold Bretch, Ernesto Orellana ha urdido el entramado de la obra abriendo la discusión sobre lxs cuerpxs extracanónicxs que viven marginados y escondidos en los pliegues de la sociedad heteronormativa, patriarcal y hegemónica. 

La obra es un viaje que posee una estructura muy similar a la de cualquier conferencia universitaria a la que hayamos ido: se puede observar una mesa con botellas de agua y hasta un podio. En el escenario mismo se van sucediendo imágenes de diversos documentales, mientras nos exponen conceptos como cuerpo, territorio y disidencia, vinculados con la propia experiencia.  

Lejos de resultar muy académica o compleja de entender, la obra refuta de manera performativa el propio lenguaje académico para aterrizarlo a la realidad. Me explico. La diferencia que parece ser aceptada en nuestros tiempos nos obliga a interpretar un papel en la vida real: Ocultar lo loca, ocultar el virus, ocultar las preferencias sexuales u ocultar los kilos, parecer normal para ser aceptadx y buscar espacios seguros, donde no sintamos que nuestra diferencia estorba, molesta o incomoda.

 

 

El montaje de Orellana caló profundo en mí, me hizo retomar las conversas con mi propia cuerpa. Es imprescindible hacer notar que Demasiada libertad… posee la nota de identidad no sólo del director, sino también la de los actores y la del público. Otro punto relevante de este montaje es que no pretende marcar una escuela o parecerse a algo más. En un mundo donde las prohibiciones son pan de cada día, los actores/personajes nos permiten, incluso, fotografiarlos en todo el proceso, a riesgo de hacer muchas fotografías explícitas de desnudo. Y es justamente esta transgresión la que se busca al promover la idea de cuerpos fuera de toda norma heteropatriarcal; historias de mímesis personales que van convirtiéndose -mediante el ejercicio de empatía- en nuestras propias historias.  

Es imperativo que se promueva el diseño de nuevos parámetros artísticos desde los pliegues contraculturales. Orellana nos lo deja muy claro con esta puesta en escena transdisciplinar, que no solo plantea un modo de proponer el cuerpo sobre el escenario, sino también integra a quienes históricamente han quedado al borde. Un umbral que es necesario ver, nombrar y reconocer. Es ese no lugar, esa inmaterialidad de los cuerpos otros la que se concretiza en una obra que, de manera explícita, pone sobre las tablas la discusión sobre lo que no se nombra: la gordura, la transexualidad, el travestismo, el virus y la prostitución. 

Si bien, tal como dije al principio, llegué a la última función en Santiago, me permito invitarles a que conozcan la trayectoria de Ernesto Orellana -quien actualmente está presentando una reconceptualización de Los invasores de Egon Wolf-, así como la de todos los actores/personajes, quienes continúan su performance por las redes sociales, para que nosotrxs que aún estamos escribiendo detrás de un computador o un teléfono, vayamos entendiendo que la performance también puede hacerse desde nuestros miedos, nuestros traumas, nuestrxs cuerpxs y nuestra historia.

 

Vea el trailer de esta obra:

 

 

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