Estudio del desgarro I. Aldo Alcota (Dibujo)

LECTURAS SOBRE EL OJO: el estallido de la mirada

Revista Extrabismos descompone su mirada a partir de distintas lecturas que surgen y giran en torno al Estallido social. Como respuesta a la violencia de Estado que dejó a muchas y muchos manifestantes en una total o parcial ceguera, la belleza de unas pupilas que volvieron a urdirse en múltiples gestualidades. Compartimos aquí, lo que también se derrama de nuestros ojos.

1ª lectura: la mirada eclipsada del poder 

4 de julio de 2019 y el ojo de la cámara nos muestra en todo su esplendor el ojo soberano del sol sobre el desértico territorio donde se  levanta el Observatorio La Silla, mientras el innombrable presidente de la república desarrolla un displicente discurso sobre la composición mineral de los seres humanos (“somos polvo de estrellas”, nos dice) y a medida que el astro se oscurece por la superposición de la luna, pareciera que reitera su llamado a cuidarse los ojos, a no mirar directamente la omnipotencia de sol. Unos meses después, aquellos malos presagios que los eclipses traen consigo para las comunidades indígenas, parecen haberse vuelto reales: son cientas las retinas dañadas, cientos los globos oculares reventados por los disparos de la policía, desde que comienzan las manifestaciones del Estallido social. En este sentido, pareciera que el eclipse no era sólo una advertencia astronómica, sino también política. Metáfora óptica del porvenir puesto que en la medida en que avancen las protestas y aumente la represión policial, ya no será posible observar el ojo del poder directamente; sin reforzar la mirada con unos lentes anti-impactos, resultará casi imposible eclipsar la mirada del poder.  (Universidad Abierta de Recoleta, Los ojos del estallido, 2020). 

2ª lectura: el blanco al que apuntar

Fue una lectura quizás imprevista (palabra que no sólo plantea la imposibilidad de prever algo, sino también de no verlo), porque aún acostumbrados al desmedido uso de la fuerza policial, nadie se esperaba que el blanco específico y sistemático de ataque a los manifestantes de todo Chile fueran los ojos, la mirada. Al punto que, a casi dos años del inicio del Estallido, son más de 460 las víctimas de traumas oculares que han quedado sin una reparación médica y psicológica; sin una investigación judicial que pueda determinar quiénes fueron los carabineros responsables de los daños causados. Este abandono por parte del Estado no debería extrañar, puesto que para el actual gobierno y sus sectores conservadores, nunca se ha tratado de víctimas, sino de heridos de guerra pertenecientes al “poderoso enemigo” al que sigue siendo necesario combatir. 

3ª lectura: Pero, por qué los ojos

Si el ojo ha sido el órgano sistemático al que apuntar por parte de las fuerzas policiales, esto no se debe simplemente al uso desmesurado de la fuerza en su intento por restablecer el orden público, ya que aquello que los ojos -así como la lente que graba- viene a alterar es la “dominación” de la mirada. Los ojos de quienes se manifiestan, su multiplicación en el espacio público, interrumpen la placentera hegemonía de la mirada vigilante, por lo que para el cuerpo policial este ojo es un otro distinto, un cuerpo siniestro que ahora le observa o registra y cuyos peligros es necesario controlar. Si bien, la policía necesita de estas extrañas miradas para justificar el uso de la violencia, la perversidad de su goce radica también en destruirlas una vez sorprendida; eliminar toda aquella mancha o nuevo destello que amenace y registre el orden simbólico donde la policía es la que  tiene el poder de observación. De allí, el nuevo riesgo que significa la implementación de la cámara Go-pro para verificar el actuar policial, puesto que una vez más este nuevo ojo es parte de su armamento, el dispositivo que re-fuerza su mirada como prueba o testimonio ante la justicia. Todos sabemos a estas alturas que también se trata de un bélico videojuego cuya memoria es posible  alterar.  (Byung Chul-Han, La expulsión de lo distinto, 2017)

4ª lectura: la mirada infame

Si recordamos algunas prácticas medievales de castigo, los suplicios y la horca en la plaza pública eran parte de todo un engranaje o “poética” de la crueldad, donde a mayor grado de dolor aplicado más grande era la magnificencia del rey. Si en la literatura filosófica esto se describe como el “resplandor de los suplicios”, es porque precisamente estos castigos debían hacerse visibles para toda una región. Castigar era entonces un ejercicio de expansión territorial para que la luz teológica y cegadora del poder pudiera resultar en todos lados ejemplar. Pero cuando la condena no alcanzaba la muerte, el castigo del rey consistía en dejar una “marca de infamia” que permitiera reconocer a todo aquel(la) que, directa o indirectamente, desafiara su poder. Desde esta perspectiva, aquel intencionado abandono de las víctimas de trauma ocular desde que comenzó el Estallido, lo que hace evidente es el sádico deseo de mantener esa marca de infamia como un castigo ejemplificador por el atrevimiento a manifestarse, por querer mirar de frente el ojo soberano del poder. Lo que este mismo relato histórico cuenta, es que lo que arrancó definitivamente al castigo de la esfera pública, no fue únicamente la invención de nuevas tecnologías del poder, sino que el público que asistía a esta “teatralidad” del castigo, comenzaría a solidarizar con las y los condenados haciendo crecer aún más su “leyenda”. Quizás por eso la resignificación inmediata que vino por parte del movimiento social fue: “Nos quitaron los ojos, pero ahora podemos ver más”, para arrancarle la jerga bélica al presidente de la boca y enrostrarle su propia criminalidad. “Vivir sin paz es peor que no ver”, nos dirá Gustavo Gatica; “No ha habido perdón de nadie”, señala Fabiola Campillay. (Michel Foucault, Vigilar y castigar, 2012). 

5ª lectura: el panóptico ciego

Si algo queda de aquel panóptico que describía la espacialidad y funcionamiento de los recintos institucionales (ver sin ser visto), cuya “arquitectura de la luz” vigilante pretendía traspasar los muros y proyectarse hacia todo el campo ciudadano, pareciera que actualmente este ojo, es un ojo medianamente ciego y negligente. Debido a la sobrepoblación y precariedad de los recintos penitenciarios, centros del Sename, hospitales, escuelas públicas y particulares subvencionadas, apenas es posible contar con un sistema eficaz de registro y seguimiento de las conductas, de los distintos abusos de poder u otros eventos que ocurren diariamente dentro de estos espacios. 

Es 18 de noviembre de 2020 cuando Carabineros irrumpe en la residencia Carlos Marcera del Sename (Talcahuano), baleando a dos menores fuera de cualquier tipo protocolo. Si uno de los emblemas de este gobierno era “Los niños primero”, no hubiéramos querido saber cuál era el emblema siguiente. (Gilles Deleuze, El poder. Curso sobre Foucault, 2014)


Estudio del desgarro II. Aldo Alcota (Dibujo)

6º lectura: la metástasis del ojo

Una de las apuestas ha sido entonces multiplicar el ojo, traspasarlo. Hacer ver la vigilancia como algo positivo, entregar la labor de control a los propios ciudadanos. En este sentido, uno de los hechos que festejó el actual gobierno, junto a todo su aparataje mediático, fue cuando los barrios se organizaron durante la Revuelta social -en un despliegue no antes visto desde la Unidad Popular- a través de los “chalecos reflectantes” con el propósito de contener los saqueos, e incluso los intentos de movilización sectorial. Aquello que también pudo ser leído como el reencuentro de la comunidad a través de la identificación de un “enemigo común” es también el correlato de una serie de ajusticiamientos o linchamientos ciudadanos que se venían dando desde antes del Estallido. Pero, lo que esta incorporación del castigo por parte de la sociedad civil también manifiesta, no sólo es el deseo de tomar la justicia por sus propias manos, sino que es la prueba de su impotencia. Perdido el espacio público como el lugar donde surge la política, la canalización de los miedos individuales, los deseos identitarios y la pertenencia a una comunidad, los lazos entre las personas parecen reafirmarse al momento de identificar al enemigo público al cual desnudar y golpear en la calle; al cual amarrar con papel alusa en un poste y aplicarle quemaduras de cigarro en el cuerpo, infringiéndole distintos tipos de dolor. El ojo morboso que lo graba y lo sube a las redes sociales también es parte de este dispositivo de castigo, de este obsceno goce en el que una comunidad reafirma sus lazos cuando encuentra un chivo expiatorio en el cual depositar su temor y frustración. En Chile, todo lo que se nos ha presentado como “delincuencia”. (Felipe Gálvez, Rapaz, 2018; Sygmunt Bauman En búsqueda de la política, 2001; Slavoj Žižek, La metástasis del goce, 2005).

7ª lectura: el panóptico psicológico

Aquella información que se hizo cada vez más abundante por las redes sociales durante el Estallido, nos mostró que tras aquella aparente sensación de libertad o libre expresión que propiciaban plataformas como Facebook, Instagram, Twitter, entre otras, el control y censura de los contenidos se hizo cada vez más explícitos. De pronto, determinados contenidos que mostraban el abuso del poder policial o militar ya no se podían ver o subir a la red. Se bloquearon cuentas de diferentes usuarios que manifestaban su descontento por incitar al odio o a la violencia. Un filtro censuró videos o fotografías consideradas riesgosas o de alto impacto para los usuarios. Aquel panóptico digital se hacía cada vez más patente en lo que era dado publicar o no; en aquello que era confiable o no de observar. Un oscuro juez era capaz de dirimir cuándo estábamos ante fake news y cuando no. De pronto surgía ante nosotros una sofisticada forma de vigilancia predictiva, esta vez no ya sobre los cuerpos, sino en relación a la sutil red de comportamientos psicológicos dentro del espacio virtual. (Byung Chul-Han, Psicopolítica, 2014)

8ª lectura: el panóptico aéreo

Pero si también de los cuerpos se trata, la sofisticación de una mirada de control y vigilancia permanente del espacio social, ha estado dada este último tiempo por la compra de drones como parte de la dotación policial. Lo anterior, focalizado como una “estrategia de seguridad y orden público”, no precisamente implementada cuando los índices de delincuencia y narcotráfico se disparaban en el país, sino en un contexto de manifestaciones cada vez más constantes y masivas, lo que hacia mediados de junio de 2020 se traducía en más de 80 personas detenidas como resultado de esta vigilancia área. Uno de aspectos que nos advierte la filosofía tecnológica, no es únicamente la capacidad del dron de sostener una vigilancia geoespacial cada vez más continua e ilimitada, en virtud de la captación, fusión y archivo de una serie de registros visuales, sonoros, etc., sino sobre todo su “esquematización” de las formas de vida. Lo importante aquí es monitorear (“zoomear”) el comportamiento y/o actividades de las personas, para detectar la anomalía, lo extraño, lo irregular, lo distinto. Este ojo que “ve todo, todo el tiempo” sin que pueda ser percibido, opera precisamente sobre el movimiento social, en relación sus gestos y figuras disidentes del orden establecido. En el contexto chileno, la anomalía de un pueblo que se vuelve a rearticular dentro de su competitivo individualismo. (Grégoire Chamayou, Teoría del dron, 2016). 

9ª lectura: la mirada orgánica

Lo que aquella cámara también graba son las imágenes de manos que hilvanan un ojo. La mirada, nos dice, es algo que se urde, que se borda y organiza. Una mirada textil donde confluyen cuerpas y cuerpos para trenzar o entrelazar sus ojos; para unir aquellos cabos sueltos que forman el tejido social. De este modo un nuevo pueblo aparece -o se hace visible- en la medida en que se hilvana una mirada común. La revuelta política estalla cuando convergen, desde su autonomía, los estudiantes “secundarios”, el movimiento feminista, las comunidades indígenas, el movimiento de las disidencias sexuales, las agrupaciones de pobladores, las barras bravas, los grupos ambientalistas, entre otros muchos actores. En esta confluencia, el ojo de la cámara también nos muestra una danza alegre, desafiante e infantil alrededor de la barricada, especie de ritual en torno al fuego, donde las personas vuelven tomarse de las manos. Una mirada orgánica, donde también somos esos animales con ideas que se articulan y reúnen en distintos ecosistemas (ollas comunes, juntas de vecinos, cabildos abiertos, etc.). Entonces parece necesario una nueva “constitución”, en todas las acepciones que esta palabra pueda tomar en el porvenir. (Universidad Abierta de Recoleta, Los ojos del estallido, 2020; Jacques Rancière, El desacuerdo, 1998).

10ª lectura: Revista Extrabismos

¿Dónde entonces poner la mirada? El extrabismo nos habla de la desviación del ojo; el ojo cotidiano que se desalinea de su normal funcionamiento. La mirada puesta en distintas partes, o bien, el viaje de  distintas miradas que se alejan y entrecruzan en lo infinito. El extrabismo es la mezcla, lo mestizo. Un ojo asombrado por lo real; otro que vuela en la imaginación y la libertad que surge en la periferia. El extrabismo en su electricidad conecta las correspondencias entre las artes. No traza límites, porque naufraga en el mapa de intensidades poéticas. El extrabismo es un extraño animal que vagabundea al encuentro de otros seres disidentes. Se gestó desde la virtualidad cuando el mundo cerraba sus fronteras. El extrabismo es quizás un órgano nacido en medio de los pastizales latinoamericanos. De lo único que sabe es de riesgos, latencias y tendones: necesita articular aquello que se proyecta desde sus ojos. Revista Extrabismos es el panal multiplicando la mirada. La colmena cantando al borde del abismo.  

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