“OXIMORÓN”, PRÁCTICAS PAGANAS DE SANTIFICACIÓN. Por Rodrigo Troncoso

“Raúl Pizarro retrata eventos fantásticos, trae fábulas, parábolas y mitos a la contingencia social contemporánea. Los rasgos de fantasía que se les dan a los personajes como la levitación y la santidad ayudan a abarcar realidades modernas que pueden ser fantasmagóricas. Este es un mundo sobre y para «excentros»: marginados geográfica, social y económicamente.”

La obra de Raúl Pizarro transita por diferentes puntos de interpretación y temáticas, lo que permite situarnos en variadas perspectivas para su análisis, sin embargo, podemos encontrar una constante en su producción artística: el ser humano es el eje y, me atrevería a decir, que desde su obra temprana ha existido una reflexión en torno a la existencia. El ser en su espiritualidad, su intimidad, donde lo supuestamente simple y cotidiano toma valor y va dotando a todas las cosas de un significado más profundo, las que revelan misterios que siempre amenazan la tranquilidad de las cosas ingenuas. Representar ante nuestros ojos, de manera intuitiva, el interior del mundo exterior ha sido el camino de Raúl. 

Oxímoron, prácticas paganas de santificación se enmarca dentro del realismo mágico contemporáneo, donde se describe fielmente el exterior de un objeto o personaje. Al hacerlo, el espíritu o la magia del objeto/sujeto se revela a sí mismo, lo que sucede en un escenario detallado y realista, pero que es invadido por algo demasiado extraño de creer: elementos inesperados o improbables maravillan o asombran al espectador buscando rediseñar la realidad para revelar los espíritus contenidos en la obra, que afirman la necesidad del hombre de unir lo irracional y lo racional.

Raúl Pizarro retrata eventos fantásticos, trae fábulas, parábolas y mitos a la contingencia social contemporánea. Los rasgos de fantasía que se les dan a los personajes como la levitación y la santidad ayudan a abarcar realidades modernas que pueden ser fantasmagóricas. Este es un mundo sobre y para «excentros»: marginados geográfica, social y económicamente. Por lo tanto, el «mundo alternativo» del realismo mágico de Raúl Pizarro funciona para corregir la realidad desde los puntos de vista establecidos.

Este proceso de codificación del mundo se aprecia en Pizarro desde el 2015 en lo bidimensional, su elemento por esencia. Se nos plantean los/as personajes situadas/os en espacios íntimos, lugares en que todo pareciera estar bajo el agua. El velo líquido que envuelve la pintura distorsiona la realidad, dando cierto movimiento quieto a lo representado. Sumado a esto aparecen algunos rasgos urbanos en la intimidad de los protagonistas, aspectos que posteriormente se vuelven obra. Las motivaciones discursivas del artista comienzan a profundizar símbolos y conceptos ligados al existencialismo en un contexto contemporáneo.

En adelante su exploración lo lleva a salir del margen bidimensional, trasladando su búsqueda a la escultura, donde a través del desplazamiento de la fisonomía del rostro humano, deja el registro de su fragmentación exponiendo el proceso de desprenderse de una máscara pasando por la deformación y detención del tiempo. Esto nos permite comenzar a ver lo que no está dicho, lo que no se ve cuando vemos la superficie. Podríamos decir que se manifiestan las personalidades que contenemos en nuestra individualidad, cargando la figura de un contenido psicológico que interpela al reflejo del yo, pero visto como otro que emana desde mí. Ahí donde yo me resulto desconocido a mí mismo. 

Desde esta obra volumétrica podemos ver que se comienzan a vislumbrar algunos símbolos que serán recurrentes en las representaciones pictóricas de Raúl Pizarro. Sin duda, en sus obras escultóricas se enfrentan dos conceptos: la pulcritud de la forma pulida y lisa que contiene un imperativo táctil, similar a lo que evoca la escultura de Jeff Koons, contraponiéndose a la negatividad que provoca la deformación del rostro, cargándola de cierta extrañeza que impulsa a tomar distancia para contemplar. En opinión de H.G. Gadamer, la negatividad es esencial para el arte. Es su herida. Es opuesta a la positividad de lo pulido. En ella hay algo que conmociona, que remueve, que pone en cuestión. Podemos evidenciar la fisura que se abre en la obra de Raúl Pizarro al extender los límites de la figuración bajo una apariencia lisa y brillante. 

Desde estas manifestaciones en lo bidimensional y volumétrico, en la obra de Raúl Pizarro encontramos iconografías que se vuelven transversales en su producción artística y esa insistencia ha decantado en la exposición que nos presenta hoy. Desmenuzamos algunos aspectos para adentrarnos en su imaginario y los alcances socioculturales que contiene.


 LA MÁSCARA Y EL YO

 

El empleo de la máscara es universal. Lo que hay detrás de ellas también lo es, a pesar de nuestras diferencias históricas, culturales y subjetivas. La pregunta: las máscaras, ¿ocultan o revelan las identidades? Ambas. Esto nos permite liberarnos de los yoes sociales que estamos obligados a representar, del mismo modo que el arte nos ayuda a crear imágenes y re-definirnos.

La obra toma el simbolismo de la máscara y la intimidad de sus portadores. Una máscara sustituye al rostro y transforma al que la lleva, permitiéndole crear una ficción. Ofrece un escondite a la identidad y, por lo tanto, un encubrimiento a todo aquello que permanecía controlado por la reglamentación cotidiana de la vida. El instinto, la irracionalidad, todo lo que en sociedad se reprime puede salir a la luz fácilmente: si se enmascara, no hay culpable. Son de sobra conocidos el desenfreno y la relajación moral que acarrea una mascarada o un carnaval. A fin de cuentas, son reuniones sociales donde los asistentes se convierten en otros y, gracias a sus máscaras, se liberan de sí mismos y actúan de otra manera. Es el mundo al revés: las máscaras no ocultan, muy al contrario, revelan lo que subyace bajo la aparentemente civilizada normalidad.

 


En este sentido, podemos ver cómo en la obra de Raúl Pizarro se presenta la máscara con una estética contemporánea, donde la sustitución del rostro puede estar dado por una bolsa de McDonald, la máscara de Guy Fawkes, una bolsa transparente, una mascarilla, un animal o una máscara de gas. El significado de ellas no es fijo, los conceptos que abordan no son tan redondos y definibles. En cada obra hay una parte conceptual iluminada y otra en sombra que puede ser interpretada por el espectador según su propia experiencia. Así la obra deja una puerta abierta a la reflexión del yo en su dimensión temporal,  espacial y social.

De forma paralela, las obras comienzan a cargarse de cierta sacralidad. Las ambientaciones y sus personajes vuelven a la máscara un objeto sacro obteniendo un valor añadido. En este caso no hay sólo transformación en un otro/a. Se trata de un otro/a que hace de intérprete de la divinidad para la humanidad. Así como al mago y al chamán les son revelados los misterios del culto estableciendo un diálogo con otro mundo, donde la máscara es una herramienta del ritual que se convierte en un símbolo. 

Entonces, ¿los personajes que nos presenta Raúl podrían pasar a ser canalizadores espirituales de la sociedad contemporánea? Las máscaras siempre comunican algo “más allá” de la obra y ese más allá está contenido en el espectador.

 

LAS MANOS / PSIQUIS / SENTIMIENTO

 


 

Las manos tienen un papel protagónico en las obras que nos presenta Raúl Pizarro, profundizando en su resignificación, simbología y representación, otorgando atributos universales a la conceptualización de su imaginario.

La interioridad del ser, sus sentimientos, sus actitudes se reflejan en el gesto de sus manos. Este hecho es coincidente entre culturas, por lo que existiría un nexo entre las mentes de las personas, sus mecanismos cerebrales y sus respuestas a similares estímulos y emociones. Que las mismas emociones se demuestren de igual manera nos remitiría a una unidad universal en cuanto a la expresividad gestual y su conexión con la mente. Esto, en lo que respecta a los gestos que nacen desde el interior, que no son gestos inventados o convencionalismos. Las manos continúan expresando lo que la mente siente a lo largo de la historia del arte y entre las más diversas culturas.

El gesto expresivo de las manos puede indicar una intención creadora. Así se puede observar en la obra de Raúl Pizarro. En ella se muestran manos con poder gestual, tanto que parecen crear algo invisible, donde el artista capta diferentes poses y movimientos. La simbología de la creación que puede encerrar las manos en la representación artística, es innegable. 

 

     

 

Cuando Pizarro nos presenta la mano aislada, separada del cuerpo, siempre está presente de alguna manera la totalidad de la que proviene. La mano es esa porción de un todo que imaginamos, pero que no es necesario representar, ya que el fragmento lo dice todo. Ellas hablan de los sentimientos internos del hombre o mujer, de sus múltiples estados anímicos. Su posición e intención transmiten lo que la psique siente. Es el vehículo que exterioriza lo oculto dentro del sujeto. Fragmento expresivo del sentimiento. La mano es una parte del cuerpo donde la mente y la psique se reflejan. 

En sus posturas y ademanes la mano tiene la capacidad de expresar todo tipo de actitudes, afectos y acciones, pero también puede transmitir sentimientos. Su lenguaje es muy variado, a veces no captamos todos sus gestos o no sabemos interpretarlos, pero definen la actitud y estado de la persona. El profuso movimiento que la mano tiene en la realidad se pierde cuando figura en el arte, por lo menos, en las representaciones pictóricas, pues el artista la congela en un gesto. No obstante, puede ser más o menos insinuado, pues algunas imágenes entendemos que en su quietud muestran tan sólo un momento y lo evocan como el “punto álgido” de su expresión. Raúl conoce el poder evocador de la mano y escoge la forma de representarla que mayor sugestión provoque, en lo que a su intención se refiere, por tanto, sus gestos se deben tener muy en cuenta pues en ellos podemos encontrar explicaciones a la obra.

Cuando Pizarro nos presenta la mano aislada, separada del cuerpo, siempre está presente de alguna manera la totalidad de la que proviene. La mano es esa porción de un todo que imaginamos, pero que no es necesario representar, ya que el fragmento lo dice todo. Ellas hablan de los sentimientos internos del hombre o mujer, de sus múltiples estados anímicos. Su posición e intención transmiten lo que la psique siente. Es el vehículo que exterioriza lo oculto dentro del sujeto. Fragmento expresivo del sentimiento. La mano es una parte del cuerpo donde la mente y la psique se reflejan. 

En sus posturas y ademanes la mano tiene la capacidad de expresar todo tipo de actitudes, afectos y acciones, pero también puede transmitir sentimientos. Su lenguaje es muy variado, a veces no captamos todos sus gestos o no sabemos interpretarlos, pero definen la actitud y estado de la persona. El profuso movimiento que la mano tiene en la realidad se pierde cuando figura en el arte, por lo menos, en las representaciones pictóricas, pues el artista la congela en un gesto. No obstante, puede ser más o menos insinuado, pues algunas imágenes entendemos que en su quietud muestran tan sólo un momento y lo evocan como el “punto álgido” de su expresión. Raúl conoce el poder evocador de la mano y escoge la forma de representarla que mayor sugestión provoque, en lo que a su intención se refiere, por tanto, sus gestos se deben tener muy en cuenta pues en ellos podemos encontrar explicaciones a la obra. 

Es claro el protagonismo que adquieren las manos cuando aparecen aisladas, separadas del cuerpo, pues toda la atención se concentra en ellas. Una parte del cuerpo que, en sí misma, expresa emociones y sentimientos. Estos pueden ser relativos al amor, a las relaciones personales, a la tensión, frustración o quietud interna, etc. A todos los aspectos humanos íntimos que se exteriorizan en ellas se les suman los gestos de obediencia, de dolor. El gesto del maestro que bendice es representado en la obra de Raúl Pizarro.

 

GRAFFITI Y MARGEN

 


 

Actualmente se busca una libertad más plena y una existencia más igualitaria y poco a poco la cultura oficial se va fundiendo con la popular. Se debate, por ejemplo,  acerca de si un graffiti es arte o no; se asignan lugares de la ciudad específicos para que los jóvenes puedan pintar sobre los muros o las cortinas metálicas, sin embargo, esto no ha podido fusionarse con la cultura callejera, al no contener la esencia de esta manifestación sociocultural. Hasta hace muy poco, esa forma de expresión era considerada como una actividad delictiva y propia de la marginalidad.

El problema social que crea el graffiti en nuestra sociedad actual es que muchos lo ven como contaminación visual y muchas personas lo confunden con vandalismo callejero, pensando que solo se trata de rayar paredes y hacer garabatos en lugares baldíos. El graffiti callejero trata de poner íconos o nombres en paredes de la ciudad, sin contar con algún permiso. Lo que para algunos es considerado un arte o una expresión cultural, otros pueden considerarlo algo negativo, ya que este arte es, sobre todo, contemporáneo y suele romper con lo visto como “tradicional”. Podemos caer en la pregunta anacrónica de lo que se entiende por belleza, pero no será el caso. El hecho es que todas las ciudades contienen estas manifestaciones gráficas que pasan a ser la voz de los/as no escuchados, los/as marginados. Pizarro los propone como escenario contenedor de sus composiciones. Esto lleva a la imagen a una neutralidad geográfica, porque, si bien sabemos que está en una ciudad, no podemos definir cuál. Sumado a esto, poner en diálogo este escenario con una narración sacra, resulta profundamente inquietante.

 

LIENZO SOBRE LIENZO

 


 

Otro de los aspectos que no podemos dejar de analizar en las obras de Raúl Pizarro es la representación de los tatuajes, tanto en sus personajes como en las manos aisladas de algunas obras. El tatuaje no se exhibe como un recurso estético casual, sino que trae al primer plano lo que habitualmente se encuentra en el margen. Este desplazamiento carga a las obras con un elemento más, abriendo otra línea de lectura que complejiza su interpretación.

La práctica de marcar el cuerpo ha estado presente desde hace miles de años. La razón por la que cada individuo decide agregar a su cuerpo una marca varía considerablemente dependiendo de su situación espacio-temporal. Por ejemplo, aquellos tatuajes que se realizan para comprometer al individuo de manera permanente con una comunidad específica; los que se hacen para demostrar la transición de la infancia a la adultez como símbolo de madurez; o por razones místicas, religiosas, mágicas, por belleza, por culpa;  por transgredir parámetros aceptados socialmente y los que  se realizan como una decisión de  salir de una uniformidad anatómica y buscar una interpretación física de su individualismo.

El tatuaje puede apreciarse como un ritual con un fin permanente. Es un cambio, una transgresión mental y física. Visualmente, lo que se presenta de un individuo ante la sociedad ha sufrido un cambio, se ha visto afectado pictóricamente sin marcha atrás. Mentalmente  hay, o debe haber, una aceptación a dicho cambio,  un reconocimiento de sí mismo y su metamorfosis.  Este proceso se da de manera íntima y es de carácter subjetivo, por lo que conlleva un choque de factores entre la privacidad del ritual y la inquietud social por el resultado. La ritualidad del tatuaje se funde perfectamente con los ejes temáticos de Raúl en Oxímoron, y refuerza la contraposición de lo profano con lo sacro. 

El tatuaje propone al cuerpo como un lienzo y, en este sentido, su representación pictórica nos lleva a plantear que Pizarro propone el lienzo sobre el lienzo como una retórica visual para encarnar su imaginario. Se asocian los tatuajes a un temor legendario, que ahonda en estructuras del dolor, pero también se anclan en la belleza ampliando parámetros sociales, lo que conlleva a cambios sociológicos en su apreciación que, como cualquier otra anomalía en el cuerpo, genera rechazo y prejuicios como primera reacción y logra tocar los nervios más sensibles de la ética y lo moral, como la aceptación y la inclusión de lo extraño en paisajes cotidianos.

 

 

 

Rodrigo Ignacio Troncoso Gallegos

 

Artista visual especializado en pintura. A lo largo de su ejercicio en el campo del arte no tan solo ha desarrollado una carrera pictórica participando en variadas exposiciones nacionales e internacionales, tanto de manera colectiva como individual, sino que también se ha desenvuelto en la educación y la gestión cultural, siendo director de arte de la Bienal de Arte y Sexo Dildo Rosa. También ha teniendo a su cargo la coordinación y curatoría de la Galería Nemesio Antúnez de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE) y la coordinación de cultura y extensión de la misma Universidad, además de participar en distintos proyectos en el ámbito de la cultura. Paralelamente, ha trabajado en distintas instancias de formación en escuelas y talleres para adultos difundiendo manifestaciones artísticas y creando acciones de aprendizaje significativo. Actualmente, está a cargo del desarrollo del programa de formación artística para docentes en el Ministerio de Educación      

Connect us

Our social contacts